Nada, que al ínclito chamaco siempre le dijeron indio. Como indio creció y se desarrolló. Luego no entendían el motivo de tanta falta a la escuela. Los maestros se quejaban de que era un fantasma, cuando no un ente desprovisto de nombre. Transparente, casi etéreo; un nada en el salón de clases.
-Jacinto Urquidez buenaventura... y nada, el silencio siempre precedía al nombre sin dueño.
¡¡¡Muchacho, responde!!! se escuchó la voz de una madre de familia indignada desde la puerta del aula.
El indio, sorprendido y muy sonriente se acercó a la mujer que parecía dirigirse a él desde la entrada.
-¿A qué vienes, ma? preguntó para recibir un pescozón que casi le hace un hoyo en el cráneo.
¡¡¡Que contestes, chamaco de porra!!! ¡no ves que te están llamando?
-¿A mi?
- CLARO, ¿¿¿quién otro se llama como tú, animal???
-Ay amá, aquí nadie se llama INDIO, soy el único.
Luego procedieron a explicarle quien era Jacinto Urquidez Buenaventura.
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